#Poesía La Mujer Etérea

Etérea: poét. Del cielo o perteneciente a él.

Felicidad, todo era felicidad, felicidad a plazos, felicidad a cuestas, felicidad por momentos, felicidad pero nunca a medias, felicidad en comida, felicidad en charlas, felicidad en risas, felicidad incendia corazones, felicidad arquitecta, felicidad estadística, en fin felicidad completa.

Encontrar a una mujer etérea no es fácil. Suelen tener alas y volar a velocidades indescriptibles, surcar la tierra e ir de clase en clase, bar en bar, dando ánimos y alegrías, robando admiraciones, impregnando el mundo de colores extraños y dando luz a aquellos que creen que en este mundo no hay nada maravilloso, deslumbrándolos.

Pero solo una vez en la vida esa mujer aparece ante nosotros. En un momento rápido, casi imperceptible, en algún lugar inoportuno, en medio de una danza de orangutanes, en un canto de la vida o en una simple comida, pero ahí está ella. Ese día hay que aprovecharlo. Tomar una soga, carnada y atraparla.

No hay mayor miedo que el de saber que una mujer fuera de este mundo estuvo a nuestro lado y se fue. ¡Estúpidos aquellos que la dejan ir! No hay duda de que oportunidades así se dan una vez en la vida.

Capturarla conlleva más de lo que pensamos. La primera vez que miras sus ojos te abstraen inmediatamente de tu vida, te dejan absorto en la irrealidad que proyectan. Ves los mundos no habitados, historias no contadas y te llevan a volar por donde ellas han pasado, como cuando de niños mirábamos en un viewfinder y encontrábamos algo inesperado. ¡Y sus alas! Suaves almohadas que te envuelven y hacen que el mundo desaparezca. Si todo el mundo tuviera un par de alas que lo acurrucaran todas las noches sin duda no habrían guerras o problemas. He ahí una de sus cualidades sobre naturales: destruyen y rehacen tu mundo a su antojo. Las guerras, los homicidios, los presidentes y hasta tus principios y valores se convierten en un atisbo de algo que antes considerabas relevante.

Son Prozac andantes, historias nómadas que dan sentido hasta al cambio de zapatos.

Pero ahí no acaba el cuento. Aún después de atraparla hay que saber cuidarla. Una mujer etérea puede hacerte volar, darte felicidad y mandarte de un lado al otro del planeta en cuestión de segundos, llevarte del odio al placer, del miedo a la seguridad, de la tierra a la luna pero cuidado, existe la posibilidad de perderse en sus ojos de vez en cuando y olvidarse de que la vida real continúa, que hay trabajos que hacer, lugares adónde ir y esas otras cosas que no importan cuando tu mujer vuela.

Las grandes dosis de lectura a su oído son necesarias, de vez en cuando uno que otro artefacto cuadrado podría ayudar a alegrarla y es indispensable contar con una tarjeta de cliente frecuente en chocolaterías y ni siquiera debo mencionar la gran disponibilidad para viajar.

El volar las lleva del Sol a Plutón, de su cuerpo al cielo, de lo físico a lo emocional y viceversa. Ella siempre querrá viajar y lo único que podemos hacer es agradecerles con nuestra alma cuando nos quieran llevar.

Entre vuelo y vuelo llega el día malo, ese que nos atormenta cuando una canción suena, cuando la soledad ataca o cuando caminamos, o respiramos. Ese recuerdo de cuando la dejamos ir, o peor, cuando la olvidamos.

Ellas se convierten en nuestras sombras, damos por sentado de que siempre estarán ahí y se funden entre nuestro recuerdos, como nuestro bautizo o ese día que dijimos no volver a mentir. Desaparece.

Vemos el reloj, son las 7 y ahí está, 8, 9, 10, 11 medio día y aún la vemos, pero el reloj sigue contando, hasta que llega la noche.

¡Esa maldita noche! Cambia, todo cambia, decía Violeta Parra. Ese día despiertas con hambre y ganas de volar, de domesticar lo salvaje, de alzar vuelo por ti mismo. Todo cambia.

¡A la mierda los palos y piedras, a mí lo que me mata son las palabras!

Ese día dices algo, una de esas frases que quieren decir algo y aparecen como un mutante dispuesto a comerte poco a poco, Langoliers del alma. Esas palabras que provocan miradas de odio, cierres de puerta, celulares colgándose y dolores de cabeza.

Ese día el tiempo se detiene mientras tus palabras le arrancan sus alas, las cortan de raíz y en ese momento sueltas su mano y la dejas ir. Le clavas un puñal en la garganta, le das de pastillas de cianuro, la asesinas a base de “a, e, i, o y u”, la condenas a base de palabras sin rima y exceso de consonantes.

Esas palabras te dan sus alas como premio. Las cuelgan en tu pecho como un trofeo que no deseas ver, te das cuenta que las cenizas de su vida ahora están impregnadas en tu piel, y crece el dolor de saber que no va a volver. Maldices ese día y el tiempo vuelve a correr.

¿Creías que una diosa moriría?

No lo ves, pero el tiempo ha pasado y, mientras te lamentas, sus alas crecen de nuevo, su corazón late nuevamente y antes de que lo notes vuelve a volar.

Ahora es más hermosa, más interesante y más alegre.

Ahora te mira, con decepción.

Eso es lo que te queda, la memoria de un ave capturada, las cenizas de una relación olvidada, un par de ojos que lo lamentan y un ser etéreo que vuela más allá del sol, como un fénix.

“Todo tiene una historia y un significado”, recuerdas.

“No se me importa un pito que las mujeres tengan los senos como magnolias o como pasas de higo; un cutis de durazno o de papel de lija. Le doy una importancia igual a cero, al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco o con un aliento insecticida. Soy perfectamente capaz de soportarles una nariz que sacaría el primer premio en una exposición de zanahorias; ¡pero eso sí! -y en esto soy irreductible — no les perdono, bajo ningún pretexto, que no sepan volar.”

Espantapájaros — Oliveiro Girondo

*Publicado originalmente en 89decibeles.com — 27/3/2013

  • PH @jess_and_i
  • Maquillaje Mónica Bruno
  • Peinado & Diseño de Cejas Shel Ortiz
  • Accesorios Swarovski
  • Outfit Claudia Arce
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